
No es un libro infantil, aunque los jóvenes iniciados en la lectura, no encontrarían más que gozo en estas páginas.
De momento, de una manera pulcra, una literatura medida en su forma pero sin límite en la amplitud del universo que plantea, las palabras van dando pinceladas aquí y allá de una manera que para nada parece desordenada, sino que van conformando una expectativa de lo que va a venir: cuentos en torno a una mesa.
Hasta ahora me ha hablado de una moza de muy buen ver con la que mantiene una relación delicada, pausada y, de momento y con naturalidad desbocada y sin freno alguno; una abuela a la que le debe el narrador no sólo la pasión por la preparación de los platos con alma, sino a la creación de un ambiente genial y especial alrededor de la mesa; un lugar mágico denominado Venta Silvina, al margen de una carretera que quedó secundaria después de un ensanche y un desvío; y un viaje a Londres que cambia el rumbo de una vida y refortalece una pasión para convertirla en profesión: La cocina.
¿Qué más se puede pedir? Una buena mesa llena de manjares y una buena historia para sazonar la sobremesa... Allá voy, a disfrutar.
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